Por: Atala Carolina Daza González
Docente IE Livio Reginaldo Fischione de Riohacha
Hoy día el currículo está definido como el conjunto de actividades necesarias para impartir una determinada enseñanza, se pasa del qué se enseña al cómo se enseña, lo que se tiene ahora es un diseño instruccional, un conjunto de actividades que el maestro deberá desarrollar en su clase, las cuales se dan como sugerencias al maestro.
Lo que hay ahora es una serie de actividades que tienen una evaluación o pueden ser ellas mismas el instrumento de la evaluación. La enseñanza se fragmenta, se separa en una serie de partes, cada una de las cuales va a contener objetivos, actividades y evaluación. Donde antes el docente podía buscar una coherencia, una comprensión global del contenido general de una asignatura o de un tema, tenemos ahora un conjunto de átomos, actividades que tienen su propia identidad y que se presten para ser pensadas separadamente las unas de las otras; es decir estamos frente a un diseño instruccional.
¿Qué es lo que encontramos en el diseño instruccional? Que el trabajo se ha subdividido en una serie de pequeñas tareas, que han se han estandarizado y que todos los docentes deberían implementar independientemente de las expresiones de buena voluntad sobre la participación, la elasticidad y la apertura de las cuales se habla en las introducciones y en los objetivos generales de los nuevos programas, lo que se pretende en últimas es una estandarización de la actividad de los docentes que nos convierte en simples ejecutores de lo que otros han pensado.
Cuando las condiciones de desarrollo de la productividad permitirían esperar una relación con el trabajo que fuera convirtiendo la actividad productiva en un medio de realización del hombre, encontramos al hombre convertido en un instrumento al servicio de la actividad. La actividad es completamente exterior a la imaginación y a la voluntad del trabajador; será entonces necesario acomodarlo a su condición de instrumento mediante el proceso de socialización apropiado.
Frente a ese docente administrador del currículo, desposeído de su trabajo, ejecutor de instrucciones precisas, dirigido desde una racionalidad externa cuyo criterio fundamental es la rentabilidad de todo el sistema educativo, un maestro controlado centralizadamente, moralmente infantilizado, ajeno al sentido social de su trabajo y sometido a la ideología de la evaluación; aparece un docente crítico capaz de asumir su autonomía desde una clara comprensión de sus responsabilidades, es decir, desde una apropiación del sentido de su práctica.
Hoy día el currículo está definido como el conjunto de actividades necesarias para impartir una determinada enseñanza, se pasa del qué se enseña al cómo se enseña, lo que se tiene ahora es un diseño instruccional, un conjunto de actividades que el maestro deberá desarrollar en su clase, las cuales se dan como sugerencias al maestro.
Lo que hay ahora es una serie de actividades que tienen una evaluación o pueden ser ellas mismas el instrumento de la evaluación. La enseñanza se fragmenta, se separa en una serie de partes, cada una de las cuales va a contener objetivos, actividades y evaluación. Donde antes el docente podía buscar una coherencia, una comprensión global del contenido general de una asignatura o de un tema, tenemos ahora un conjunto de átomos, actividades que tienen su propia identidad y que se presten para ser pensadas separadamente las unas de las otras; es decir estamos frente a un diseño instruccional.
¿Qué es lo que encontramos en el diseño instruccional? Que el trabajo se ha subdividido en una serie de pequeñas tareas, que han se han estandarizado y que todos los docentes deberían implementar independientemente de las expresiones de buena voluntad sobre la participación, la elasticidad y la apertura de las cuales se habla en las introducciones y en los objetivos generales de los nuevos programas, lo que se pretende en últimas es una estandarización de la actividad de los docentes que nos convierte en simples ejecutores de lo que otros han pensado.
Cuando las condiciones de desarrollo de la productividad permitirían esperar una relación con el trabajo que fuera convirtiendo la actividad productiva en un medio de realización del hombre, encontramos al hombre convertido en un instrumento al servicio de la actividad. La actividad es completamente exterior a la imaginación y a la voluntad del trabajador; será entonces necesario acomodarlo a su condición de instrumento mediante el proceso de socialización apropiado.
Frente a ese docente administrador del currículo, desposeído de su trabajo, ejecutor de instrucciones precisas, dirigido desde una racionalidad externa cuyo criterio fundamental es la rentabilidad de todo el sistema educativo, un maestro controlado centralizadamente, moralmente infantilizado, ajeno al sentido social de su trabajo y sometido a la ideología de la evaluación; aparece un docente crítico capaz de asumir su autonomía desde una clara comprensión de sus responsabilidades, es decir, desde una apropiación del sentido de su práctica.
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