miércoles, 30 de septiembre de 2009

Miller Martínez, el esfuerzo de un campeón


Por: Alejandro Rutto Martínez

El camino hacia adelante

El sol comienza a declinar en el horizonte y se funde en un lienzo adornado por los mil colores del atardecer guajiro. Hoy, como todos los días Miller avanza con seguridad hacia la Universidad de La Guajira. Hace veinte minutos ha salido de casa pero el tráfico está muy lento y aún le falta un buen tramo de su diario recorrido y, aún cuando ha puesto el acelerador a fondo, tardará por lo menos otros 15 minutos en llegar…las cinco de la tarde es una hora pico y la velocidad no rinde para nada. Por un momento recuerda el testimonio de uno de sus profesores quien en la clase de principios de semestre quien le contó que toda su carrera la estudió viajando en bus a Riohacha dos horas diarias, una de ida y una de venida.

El maestro contaba cómo aprovechaba los últimos rayos de la luz solar del día para deleitarse en la lectura de sus libros preferidos. “De esta manera he conseguido sacarle provecho a tantos viajes y siento que no pierdo mi tiempo”, les comentaba su profesor quien les contaba de un mensajero que llegó a graduarse de abogado y alcanzó a ocupar altos cargos en el Gobierno.

Los libros de derecho y los temas de estudio los leía, precisamente, mientras viajaba en bus, de un lugar a otro, para cumplir con los oficios propios de su humilde trabajo.

Miller piensa que si él pudiera le sacaría más provecho a este tiempo que gasta todos los días entre su casa y la Universidad de La Guajira. Si pudiera…piensa, pero sus dos manos, las que necesita para sostener el libro ante sus ojos, están ocupadas en imprimirle fuerza y energía a impulsar su silla de ruedas, que es el “vehículo” en que se moviliza desde 1.998 cuando fue objeto de un brutal atentado por parte de una banda delincuentes que asaltó el vehículo en que se desplazaba.

Los inicios

Miller tuvo una infancia tranquila y feliz rodeado de una familia en la que siempre estuvieron cercanos los tíos, primos, abuelos y muchos, pero muchos amigos. . Sus padres, entusiasmados con la idea de que a la familia nunca le faltara nada le brindaron todo para que fuera un niño lleno de amor y confianza en sí mismo. En el colegio siempre se destacó por su facilidad para relacionarse con los demás y por su inclinación a los libros.

De quienes le enseñaban obtuvo siempre dos cosas: felicitaciones por su buen desempeño académico y tirones de orejas por las múltiples travesuras.

El tiempo transcurrió muy rápido, como suele ocurrir hoy en día y muy pronto superó varias etapas: preescolar, primaria, secundaria… Con paciencia esperó el día de su grado y cuando este llegó, les entregó el diploma a sus padres como un merecido trofeo por todos los esfuerzos invertidos en él. El niño se convirtió en un gozoso jovencito y este en un formal adolescente, en disposición de dar los pasos necesarios para alcanzar los sueños suyos y los de su familia.

Tiempo del servicio militar

Como todo bachiller colombiano, Miller se presentó al proceso para cumplir con el servicio militar que todo ciudadano mayor de edad debe prestar a su país. Sus padres pedían al Creador para que su hijo no fuera incorporado pero él en cambio ya se había hecho a la idea de ser estar un año en las filas del ejército y en sus sueños se veía con el uniforme camuflado patrullando montañas, selvas y desiertos. Sus papás le llevaban la corriente pero en secreto deseaban que los exámenes médicos o el azar lo exonerara de esa aventura en la que no deseaban verlo.

Miller, cuya rozagante salud le permitió pasar sin el más mínimo apuro los exámenes médicos se enfrentaba ahora a las balotas, no para definir si se enrolaba o no (eso ya estaba determinado, sino para establecer si no para establecer si vestiría el uniforme del Ejército o el de la policía. Su sueño, el de ir al ejército, estaba ahora en manos de una desconocida coqueta y esquiva: la suerte.

Cuando le correspondió el turno metió la mano a la bolsa con nerviosismo y angustia. Mano le temblaba y su frente se inundó de sudor. Cerró los ojos, movió las manos en las profundidades del talego y tomó una de las pequeñas esferas de plástico. Al abrir sus ojos sintió un frío intenso pues…decía “Policía Nacional”. En un arranque de intrepidez y, aprovechando un descuido del oficial que vigilaba el sorteo, devolvió la balota y se hizo el que aún no la había sacado.

Su conducta le valió un terrible regaño y la orden de volver a meter la mano. Esta vez lo hizo con miedo, casi terror, tomó la bolita con decisión y la sacó lo más rápido de que pudo. Las pequeñas letras, escritas a máquina decían “Policía Nacional”.

Su suerte parecía estar echada pero siguió insistiendo e, incluso, consiguió un amigo que estaba dispuesto a hacer un cambio: él iría a la Policía y Miller al Ejército, pero esa posibilidad fue rechazada por las autoridades militares. Unos días después vestía el uniforme verde de la institución policial, en donde hizo amigos, cumplió con disciplina y hasta obtuvo un ascenso cuando fue nombrado “brigadier”.

Estas experiencias, la recuerda como una de las mejores de su vida y guarda momentos gratos al lado de amigos y superiores de quienes nunca podrá olvidarse.

El viaje que nunca debió hacer

Luego de terminar el servicio militar descansó por un tiempo y empezó a reflexionar sobre su futuro. Lo esperaba la universidad, seguramente en Barranquilla o en otra ciudad colombiana a donde sus padres estaban dispuestos a enviarlo.

En esas estaba cuando su primo Cichi Fernández,  quien conducía un pequeño camión de carga, le pidió que lo acompañara a hacer un viaje a Riohacha. La posibilidad de conocer, de pasear y de estrechar los lazos con Chichi y su amigo Dúber Rodríguez lo llevó a aceptar sin pensarlo dos veces. “Un vaje a Fonseca no lo desprecia ningún maicaero”, le dijo a sus acompañantes cuando abordó el vehículo en el que se desplazarían a la tierra de San Agustín.

La tragedia en el camino

Despuntaba la aurora y las tiernas luces del nuevo día apenas si despuntaban en el horizonte y dejaban caer sus débiles rayos de luz sobre la piedra y el polvo del camino hacia Carraipía el pueblecito de ensueño por donde pasarían en un rato en una escala del viaje hacia el centro de La Guajira. El camino estaba poco transitado y llevaban buen tiempo. Llegarían a tiempo a su destino, entregarían la carga y, seguramente, en horas de la tarde podrían regresar de nuevo a casa. Esos. Al menos eran sus planes de ese día. Pero a veces los planes son unos y la realidad es otra.

Cuando había recorrido unos 25 kilómetros apareció de repente la figura funesta del salteador de camino tan temido por esos días en las carreteras de La Guajira. El maleante les ordenó detenerse y, cuando lo hicieron se aproximó gritando amenazas que los ocupantes del vehículo no podían oír, pues llevaban el pasa cintas a todo volumen. En un acto casi automático Miller dirigió su mano a la consola del carro para apagar el equipo de sonido y eso fue fatal porque…el asaltante interpretó que iba a buscar un arma y reaccionó disparando su pistola.

El proyectil penetró por el cuello del conductor salió nuevamente, penetró por la axila de Miller y se le alojó en la columna. El hombre de la pistola le ordenó bajarse del vehículo y como su víctima se negara ante la física imposibilidad de hacerlo, le apuntó con el arma a la cabeza, le lanzó una mirada mortal, oprimió lentamente el gatillo y, se escuchó el estruendo peculiar de un instrumento de muerte cuando vomita el fuego asesino que daña vida y destruye ilusiones. Los ojos aterrorizados de todos los presentes daban una señal clara de lo que estaba pasando.

Sin embargo, en un último y crucial momento David••• el conductor, logra tomar con firmeza la mano del endemoniado malhechor, de manera que la bala sale disparada hacia el cielo sin causar daño. Después de este momento de horror todos volvieron a la realidad y comprendieron que Miller estaba gravemente herido y moriría irremediablemente si no se actuaba rápido.

Una carrera contra el tiempo

Como pudieron lo llevaron al hospital de La Mina en donde lo estabilizaron y remitieron a Valledupar. Más tarde sería atendido en el Hospital Universitario de Barranquilla en donde un joven médico le dijo que, por lo menos a causa de este percance no se iba.

Y añadió, con la frialdad propia de quien convive con la muerte y el dolor: “Eso sí le digo joven: usted no podrá volver a caminar nunca más. No hay nada que se pueda hacer por su movilidad. Asimilar la nueva situación La información recibida le causó un gran dolor y dos gruesas lágrimas asomaron por sus ojos.

Un fuerte nudo en la garganta casi le impedía respirar y una opresión en el pecho amenazaba con suprimir de una vez por toda una existencia que, según creía en esa hora oscura, ya no valía la pena vivir. Con el paso de los minutos recobró la serenidad. Las palabras de Lorenzo Manuel y maría Evarista, sus padres; la voz de aliento de John Alberto, su hermano; el apoyo de Ulises, su primo y el ánimo de Edwin, su vecino y hermano de crianza, lo ayudaron a ver las posibilidades que aún tenía por delante.

Cerró los ojos, se encomendó a Dios y tomó la irrevocable decisión de vivir intensamente los años de vida que su creador tuviera a bien concederle.

Comienza la rehabilitación

De la cama del Hospital Universitario pasó a los centros de terapia del Centro de Atención y Rehabilitación Integral (Cari) de Barranquilla en donde aprendió las tareas básicas de su nueva vida: sentarse en su silla de ruedas, conducirla, ir al baño, dar algunos pasos, montarse en un taxi…en fin, a defenderse en la vida.

De regreso a casa ya se movía bien. Sus familiares, amigos y vecinos parecían haberse puesto de acuerdo en no preguntarle sobre el pasado y, entre todos, lo animaban a afrontar los retos de su educación y superación personal. “La vida es una oportunidad constante y Dios nos acompaña cada vez que demos un paso en la vida si ese paso nos conduce a él”, le dijo un buen sacerdote con quien habló por esos días. Entregado de lleno a los estudios Miller entendió que Dios le había entregado una nueva oportunidad y resolvió aprovecharla de la mejor manera, dándole vida a sus horas y a sus días.

Pero vida de verdad. Se inscribió en varios cursos en el SENA con los cuales se convirtió un verdadero experto en temas gerenciales y de comercio internacional. Todas las mañanas y, algunas veces en la tarde, la familia lo ayudaba a subir en un taxi que lo llevaría a su segundo hogar.

A la hora de la salida los compañeros lo ayudaban a montarse en el taxi en el cual regresaba a casa en donde la familia lo esperaba con el plato de su predilección y muchas, muchas muestras de cariño.

Un nuevo e importante cambio

A mediados del 2.001 la vida y Dios le regalarían la amistad de dos personas que lo ayudarían a tener un cambio drástico en su forma de vida. Se trataba de Emerson Calle Tarazona y Mauricio Morena, limitados físicos como él, y miembros de la organización “Paralíticos de Santander”. Un día en que lo vieron bajarse del taxi, Mauricio le dijo: “No, no, no hermano. Usted no puede seguir viajando en carro ajeno si tiene el propio. La silla es nuestro vehículo y hay que aprender a ir sobre ella a todas partes. Desde hoy mismo suspenda el contrato con el señor que lo transporta”

Así lo hizo y desde entonces aprendió a depender de sí mismo. “Solo pido ayuda o me desplazo en taxi en contadas ocasiones” manifiesta al recordar con gratitud a quienes lo enseñaron a tener la fortaleza indispensable para hacerse cargo de él mismo.

La anécdota de un viaje bien particular

El aprendizaje a moverse solo lo tomó muy en serio y un día se atrevió a viajar acompañado solo de varios amigos de la misma condición física: Mauricio Moreno, Emeison Calle y Leonardo Cuéllar. Viajaban hacia Riohacha en un vehículo especialmente diseñado para que Leonardo pudiera conducirlo con sus manos. Todo era normal hasta cuando se encontraron con un retén de la Policía Nacional.

Los agentes del orden les hicieron señas para detener el vehículo y, cuando parquearon en la orilla uno de los uniformados se acercó y, con gentileza, les pidió que se bajaran para cumplir con el procedimiento de identificación y registro. Los cuatro se miraron entre sí y sonrieron al agente: "Aquí los que vamos somos paras, así que déjenos seguir" . El policía puso cara de extrañeza y antes de que dijera algo, Leonardo le dijo "Paras, señor agente, paralíticos" y le mostró las sillas de rueda. El agente se quitó la gorra y, sin cerrar la boca, abierta en extremo debido a la sorpresa, les ordenó que continuaran la marcha.

Dos carreras universitarias

 ¿Quién dijo que alguien de su condición debía conformarse con ver el paso de las estrellas en el firmamento infinito y el vuelo de las golondrinas en su incesante vuelo hacia mejores climas? Miller, después de realizar sus cursos en el SENA, ingresó al primer semestre de Administración de Empresas en la Universidad de la Guajira en donde cursó cuatro semestres.

Se destacó por su interés, sus buenas notas y una férrea disciplina que lo llevó a destacarse incluso en aquellas asignaturas que no eran las de su predilección. Terminado el cuarto semestre se le presentó la oportunidad de establecerse en Venezuela con la posibilidad de estudiar y hacerse un tratamiento que podría finalizar con una intervención quirúrgica en Cuba, la cual le devolvería sus posibilidades de caminar como antes.

No obstante, los médicos en un examen serio de su situación le hablaron con franqueza: volver a caminar no sería posible nunca más. Y le recomendaron seguir su adaptación y hacerlo con entusiasmo. El tiempo en Venezuela fue bien aprovechado pues se inscribió en la Universidad en donde, al cabo de cuatro años, terminó sus estudios como Licenciado en Educación Integral (el equivalente en Colombia de la licenciatura en Básica primaria).

Posteriormente regresó a su querida patria colombiana en donde retomó los estudios temporalmente suspendidos y, con la misma pasión y disciplina de siempre, ha llegado a la meta de cursar sus once semestres, con lo cual en breve podrá consignar un nuevo título académico en su currículo.

Un liderazgo provechoso

Miller tiene tiempo para todo pero está dedicado en cuerpo y alma a terminar sus estudios universitarios.

El poco tiempo libre que tiene lo consigna en el banco de la solidaridad maicaera. Junto con un puñado de amigos creó la Fundación “Pisando fuerte”, dedicada al estímulo y la motivación de los discapacitados del municipio y posteriormente fue elegido presidente del Comité Operativo Interinstitucional de Discapacidad, ente dedicado a analizar y resolver los problemas de la población discapacitada.

Su apego a la gente y su compromiso con sus “hermanos de circunstancias” lo mantiene activo a toda hora. Por igual se le encuentra presidiendo una reunión o gestionando un carné del Sisbén o visitando a alguien que necesita al menos una palabra de apoyo.

El trabajo por los demás parece ser un credo que recita con cierta frecuencia: “Desde aquel 29 de abril de 1.998 en que fui herido, la vida no me pertenece; le pertenece a Dios que me dio una nueva oportunidad y debo aprovecharla sirviéndole a mi prójimo”

Un mensaje de esperanza

En la sabiduría que le han dado los tiempos, la adversidad y sus correrías por consultorios médicos y por las casas de personas cuyo padrenuestro es la angustia, Miller ha aprendido a vivir con alegría y a ver la obra de Dios en cada hoja que viaja desde la rama del árbol hasta el suelo generoso cuya epidermis la envolverá por siempre para convertirla en el polvo milenario de la creación.

Sus palabras son las de un hombre profundamente convencido de la necesidad de beberse cada día gota a gota y saborearlo sin afanes: “Si hemos de vivir aunque sea un día, que sea con entusiasmo. El sol sale para todos y las estrellas siempre están sobre nuestras cabezas dándonos el mensaje de un Dios vivo. Yo amo la vida, amo a mi familia y amo lo que hago. Nada ni nadie me derrumbará. Nada ni nadie impedirá que ayude a mis hermanos y hermanas de sueños. Vamos juntos, que el futuro plácido nos espera y Dios nos bendecirá”

Líneas finales

Son las nueve de la noche y Miller regresa a casa en su “vehículo” luego de cumplir la jornada de clases. Sus manos ocupadas no le permiten leer un libro ni la oscuridad de la noche se presta para ello. Pero su mente despejada y su corazón noble están elaborando el primer borrador de la historia que escribirá al día siguiente cuando visite a Claudia, una joven que ha pedido verlo, porque necesita la voz de aliento de alguien que se encuentra lejos del odio, lejos de la tristeza y cerca de Dios.

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domingo, 27 de septiembre de 2009

Biografía de Alejandro Rutto: trayectoria como periodista



Alejandro Rutto Martínez nació en Maicao el día 6 de marzo de l.964. Es Administrador de Empresas egresado de la Universidad de La Guajira y ha realizado varios diplomados y seminarios de periodismo avalados por prestigiosas universidades y organizaciones colombianas.

Ejerce el periodismo desde 1.979 cuando inició sus labores en proyectos de Comunicación Escolar en las aulas del Colegio Departamental de bachillerato San José, en donde bajo la dirección del escritor Ramiro Choles Andrade coordinó el periódico mural y el periódico mimeografiado que se imprimía mensualmente. De la mano del profesor Choles inició también su carrera en el periodismo cultural en 1.981 cuando hizo parte del programa Momento Cultural que se emitía a través de Radio Península en el cual estuvo hasta 1.983.

En 1.984 comienza sus actividades en el periodismo deportivo en el programa “La Ventana del Deporte”, junto a los periodistas Luis Octavio Cruz y Tomás Pérez Ramírez en la emisora “La Voz de la Pampa” de Maicao”

En 1.985 se traslada de nuevo a Radio Península en donde continúa su labor como periodista deportivo en esta oportunidad al lado de Jairo Romero, Eladio Narváez, Ernesto Acosta, Luis Octavio Cruz y Marcos Barros Pinedo. En ese mismo año incursiona en la especialidad del comentario deportivo en transmisiones en vivo y en directo del fútbol de Segunda División en diferentes estadios y escenarios deportivos de la Costa Caribe. Durante tres años tiene la oportunidad de compartir con periodistas de la región y el país y de constituir uno de los grupos de periodistas deportivos más sólidos de la región Caribe.

En 1.988 regresa a La Voz de La Pampa y hace equipo con Albeiro Sánchez, Juaco Murgas, Jairo Romero, Jaime Rengifo, Carlos Serrano y Luis Octavio Cruz. Para ésta época se le presenta la oportunidad de ser corresponsal de la cadena Radio Deportes de Caracol para la cual transmite, junto con los compañeros mencionados, la Final Nacional de Segunda División entre Deportivo Maicao y Deportivo Independiente Santa Fé.

En 1.990 pasa a RCN Cadena Básica Guajira. En esta etapa alterna el periodismo deportivo y las noticias generales. Su voz se escucha con frecuencia a nivel nacional tanto en la Cadena Básica como en Antena 2, especializada en deportes. Esta época es una de las más importantes de su carrera pues tiene como maestros no más ni menos que a Armando Correa Saavedra, Emilio Alfonso Arias Acosta (uno de los más grandes locutores vallenatos), Tomás Pérez Ramírez, Eliécer Jiménez Julio y William Gómez Polo. ¡Qué equipo el de la Emisora Básica pera esos años!

Desde 1.992, cuando recibe su título de Administrador de Empresas, comienza a alternar su trabajo periodístico con su la labor como docente universitario. Eventualmente presta sus servicios en Radio Almirante, Radio Delfín, RCN y La Voz de la Pampa y escribe notas de prensa para El Heraldo, La Libertad y los quincenarios Causa Guajira y Guajira Gráfica.

En el año 2.005 inicia su etapa como columnista permanente del diario El Informador de Santa Marta, la cual se publica los días lunes. Con alguna frecuencia es invitado también a escribir los editoriales de la edición central y del semanario que esta casa periodística tiene en el departamento de La Guajira (semanario La Guajira).

Desde junio del 2.006 y hasta diciembre del 2.007 dirige la sección “Los líderes opinan y comentan” en “El Noticiero de la Mañana” de la emisora Olímpica Estéreo. En enero del 2.008 la gerencia de la emisora lo designa director de éste noticiero.

En diciembre del 2.008 inicia labores con el canal comunitario “MAO TV”, como presentador del magazín “Buenos Días Maicao”, junto con los periodistas Nazly Pérez y Alcides Alfaro Guerra. Este medio de información, novedoso en la frontera, se ha ganado la aceptación y sintonía de la audiencia maicaera en horas de la mañana.

En diciembre del año 2.007 crea Maicao al Día”, órgano de información a través de internet que se constituye en pionero del periodismo digital en La Guajira. En enero el 2.009 gana el “VI concurso Cerrejón de Periodismo”, modalidad Internet y ese mismo año gana, el Premio Departamental de Periodismo Cultural modalidad televisión, en su condición de libretista junto a Doménico Restrepo por el documental “El mar de los Apalanshii”. En ese mismo certamen recibe mención de honor por su trabajo en Maicao al Día “La riqueza multicultural de Maicao”. El 28 de agosto recibe el premio “Eficiencia Energética” organizado por Electricaribe, por el artículo: “La ranchería wayüu: ejemplo fiel del uso eficiente de la energía”.

Gracias a la publicación de sus artículos en “Maicao al Día”, en “Hechos y Crónicas de la Frontera” y en la web internacional www.articulo.org, sus trabajos han sido reproducidos por medios digitales e impresos de México, España, Ecuador, Estados Unidos, Venezuela, Argentina, Chile y Colombia. Además, tres de sus investigaciones relacionadas con el medio ambiente han sido traducidas al portugués y el inglés.

Como escritor Alejandro Rutto ha publicado cuatro libros y ha sido incluido en tres antologías de escritores guajiros. Actualmente trabaja como instructor del Sena y como periodista de Buenos Días Maicao, Maicao al Día y “Hechos y Crónicas de la Frontera”.
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miércoles, 23 de septiembre de 2009

Agustín Moreno, héroe de carne y hueso victorioso ante la pena y la adversidad



Una cita con el dolor

Era la una de la mañana de un día de julio del 2.005 cuando Agustín sintió ruidos extraños en el patio de su humilde residencia en el barrio Colombia Libre de Maicao. Sin pensarlo dos veces y, con el ánimo de defender a su familia de cualquier riesgo, decidió salir para averiguar qué estaba pasando. Sus ojos quedaron deslumbrados por llamas gigantescas que amenazaban con devorarlo todo. Cada dos segundos se podía oír una nueva explosión y con ella aumentaba la altura de las llamas y el aspecto terrorífico de las mismas anunciaban presagios de muerte y desolación.

Agustín olvidó todo y solo pensó en trasladar a su familia hacia un lugar seguro. Olvidó absolutamente todo... incluso una vieja arma de cacería que llevaba consigo y con la cual esperaba ahuyentar a eventuales ladrones en caso de que fueran ellos quienes originaran los extraños ruidos. En uno de sus bruscos y angustiosos movimientos el arma se disparó y un centenar de pequeños balines fueron a incrustarse en su tobillo y pie izquierdos. Sintió como si mil gruesas y oxidadas agujas trasladaran su carne, sus huesos, sus nervios y hasta su alma. La sangre salía impulsada con la misma fuerza con que salía la tarde anterior el agua del acueducto por un tubo roto situado en la mitad de la calle.

Fue llevado de urgencia al hospital en donde los médicos actuaron de inmediato para sedarlo, detener la hemorragia y recuperar los huesos fracturados.
Sin embargo…

Comienza el drama de una familia

Días después de esta primera operación la pierna y pie afectado continuaba hinchada y adquiría un preocupante color oscuro. Por tal motivo y siguiendo los consejos de un médico amigo la familia decide trasladar a Agustín a un centro asistencial de Barranquilla en donde pudieran aplicarle un tratamiento a los vasos y venas afectadas por el impacto de los pequeños proyectiles. En otras palabras, necesitaba con urgencia el diagnóstico y los cuidados de un cirujano vascular y no solo de los ortopedistas que hasta el momento lo habían atendido.

La cara siniestra de la fatalidad

Cuando la ambulancia había cumplido la mayor parte del tramo en su viaje hacia la capital del Atlántico el conductor perdió el control, el vehículo giró en forma de trompo y luego de dar varios botes fue a dar a la cuneta. ¡Parecía increíble pero la ambulancia se había accidentado!

Todas las personas que viajaban en el vehículo resultaron golpeadas, excepto Agustín, quien salió ileso, si se puede utilizar este término. La enfermera acompañante resultó fracturada en un brazo; el conductor recibió un severo golpe en el hombro; doña María, la líder del barrio tuvo una costilla rota y Delkys, esposa y mano derecha de nuestro héroe tuvo fractura en el pie y escoriaciones en la cara.

En medio del dolor y la confusión los heridos recuerdan como llegaron las ambulancias a disputarse los heridos y poco caso les hicieron sobre su destino final: la Clínica Cervantes. Por cosa s de la “Guerra de las Ambulancias” fueron llevados a otro centro asistencial de Barranquilla en donde los heridos recibieron atención médica. Pero…se perdió un tiempo precioso para salvar la pierna de Agustín. Los médicos le habían dicho que si llegaba en las primeras horas de la mañana tal vez podría tener alguna esperanza. Sin embargo, eran las cuatro de la tarde y aún no llegaba su clínica de destino.


Un diagnóstico escalofriante

Después de superar el trauma de los dos accidentes Agustín tendría que prepararse para las nuevas noticias sobre su salud: esa mañana un médico le daría una noticia definitiva sobre el tratamiento que debería seguirse para salvar su vida. Muy puntual concurrió a la cita en que un doctor, vestido de impecable bata blanca, de edad mediana y de gruesos lentes de marcos negros, le dio una de las noticias más importantes de su vida: sería necesario amputar parcialmente su pierna. La intervención debería hacerse cuanto antes para evitar que la gangrena siguiera afectando su extremidad y, en poco tiempo, afectara su propia vida o, en el mejor de los casos, obligaría a efectuar una amputación aún más dolorosa: probablemente por encima de la rodilla.

Agustín sintió como si el mundo, su mundo, bien organizado y seriamente planeado y vivido, se le derrumbara. A sus 36 años era un padre de familia amoroso, había realizado sus estudios técnicos en mercadeo, tenía toda la vida por delante y estaba comenzando a construir su sueño de alcanzar un título profesional, pues se encontraba matriculado en el primer semestre del programa de administración de empresas en la Universidad de la Guajira.

Lloró amargamente pero sus lágrimas no pudieron cambiar la decisión de los médicos. Era amputar o ahora o amputar (o morir) unos meses después.


El dolor del día después

Eran las 8 de la mañana y Agustín apenas comenzaba a salir de los efectos adormecedores de la anestesia. Le dolía todo. La espalda por los todo el tiempo que había pasado en cama; la cintura por los golpes recibidos en el accidente de la ambulancia; la cabeza por efecto de tantas emociones juntas y…le dolía, incluso, la pierna que ya no tenía pues un equipo de cirujanos y anestesiólogos le habían hecho el extraño favor de cortarle su extremidad tres centímetros por debajo de la rodilla.

En medio de la tribulación casi no pudo escuchar la voz de sus amigos cuando le decían que en adelante debería seguir viviendo y asumir la tarea de luchar con fe y hombría por su futuro y el de su familia. No le agradaba la idea de convertirse en el “mocho” del barrio ni en el discapacitado de la cuadra. Él,  acostumbrado a caminar diariamente de su casa a la Universidad; él acostumbrado a manejar su bicicleta cuando las distancias eran más largas; él, acostumbrado a sus “picaditos” de fútbol entre amigos…. Él no estaba para resignarse tan rápido a moverse ayudado por dos muletas o una silla de ruedas.

Una determinación iluminada por la fe

La determinación de Agustín no tenía límites. Con la misma determinación con la que autorizó a los médicos para que le practicaran la amputación, una vez se enteró que era el único camino para seguir viviendo, se trasladó a Medellín en donde emprendería su proceso de rehabilitación. Con algo del dinero que le reconoció el seguro de la Universidad llegó a la capital de Antioquia una tarde tibia del mes de octubre con el firme propósito de adquirir una prótesis y aprender a utilizarla cuanto antes.

En uno de esos interminables recorridos de un extremo a otro de la ciudad vivió cierto episodio curioso que ahora recuerda con cariño: “Había caminado bastante y estaba cansado, casi vencido por el trajín de la jornada. En eso alguien me tocó el hombro por la espalda y a mí se me hizo raro porque conocía a muy pocas personas. Cuando miré, me di cuenta que era un señor de buen aspecto, bien elegante, como adinerado. Tenía en la mano un billete de veinte mil pesos y me lo extendió para que yo lo tomara. Al principio me extrañó mucho y pensé en rechazar el billete, pero no quise dañarle su deseo de ayudar y se lo recibí”.

En el lugar en que debían ayudarlo, lo recibieron al principio con varias frases que parecían concebidas para desalentarlo. Le tocó oír cosas como “aquí hay personas que han mandado a hacer la prótesis y luego no han sido capaces de ponérselas”. O esta otra: Hay quienes se las ponen y se las quitan enseguida y prefieren seguir sus muletas”

Por fortuna, en la trastienda, alcanzó a escuchar a alguien que decía: “Y también hay algunos que salen caminando”

Mientras estaba en el sitio vio soldados que ya caminaban, y lo hacían bien, gracias a los aparatos ortopédicos. Fue entonces cuando pensó. “Yo soy de los que va a salir caminando”
La primera vez que se puso la prótesis cayó boca abajo, como un boxeador noqueado por los golpes adormecedores de un poderoso oponente. Pero se levantó antes de que concluyera el conteo, siguió ensayando y logró adaptarse a la que sería su compañera de viaje en adelante. En el centro de rehabilitación escuchó por fin algo motivador: “Usted va a caminar antes de lo que esperábamos”

Y cumplió su palabra, ese mismo día la muleta lo siguió acompañando, pero debajo de su brazo, mientras conseguía donde dejarla. De regreso a su lugar de hospedaje visitó algunos establecimientos comerciales, pidió cotizaciones de artículos de manufactura, intercambió teléfonos dejó perfilada la posibilidad de una futura relación comercial.

De regreso a su tierra maicaera sus amigos y compañeros de trabajo y aún sus pequeños hijos se sorprendieron de verlo tan recuperado.

Un poco después de llegar y estudiando sus posibilidades hacia el futuro, visitó a los colegios de su barrio y les propuso venderles los uniformes de diario y de deportes. Los rectores aceptaron y sin dudarlo llamó a sus contactos, quienes le despacharon mercancías por siete millones de pesos sin solicitarle ninguna garantía a cambio.

En esta iniciativa ganó lo suficiente para trasladar del terreno de los sueños al de la realidad la idea que desde hace algún tiempo rondaba en su cabeza: convertirse en dueño de su propia empresa.

Con el dinero ahorrado logra comprar una panadería en el barrio Colombia Libre. Paga la mitad del dinero y se compromete a pagar el resto en cuotas semanales. En poco tiempo cumple su promesa y en adelante se convierte en el próspero propietario de la panadería cuyo nombre tiene un significado parecido a su propia vida: “Renacer”

Una vida dedicada al trabajo y el estudio

Familia, trabajo y estudio son las palabras preferidas hoy en día por el muchacho nacido en el departamento del Cesar que un día llegó cargado de ilusiones a Maicao y que luego rodó por los Llanos Orientales antes de llegar de nuevo a La Guajira para tener una cita con su historia ese 28 de julio del año 2005.

Quien lo ve llegar a la Universidad en su moto o quien lo ve caminar por las calles del barrio Erika Beatriz donde vive o Colombia Libre, donde tiene su empresa, no sospecha que este muchacho emprendedor y visionario, carece de una de sus piernas. Mucho menos lo creerá el que lo ve  conduciendo su bicicleta con pericia y seguridad en los momentos en que sale a comprar los insumos para la fabricación de los más deliciosos panes de la frontera.

Sus pasos son cortos pero firmes y con ellos transita por las calles de piedra y polvo de Maicao, pero sus pensamientos están puestos en el futuro y su mentalidad en el éxito de su familia y el suyo, pues ya se encuentra a punto de recibir su título como administrador de empresas en la Universidad de la Guajira.
Su filosofía de vida es la de alguien a quien la vida le ha dado las más duras pruebas como preparación para el triunfo.


Tal vez por eso habla como todo un experto en motivación:
"En la vida no existen limitaciones y, si trabajamos duro y ponemos nuestras cargas en manos de Dios, siempre encontraremos solución a nuestros problemas y hallaremos el camino para ver realizados nuestros sueños. Yo sé por qué lo digo”
Un mensaje de aliento para quien esté en los brazos del desánimo

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Yuravis Isabel, la dama con alma de niña que venció el polio


Por: Alejandro Rutto Martínez

Sola junto a las escaleras

Eran las siete y 15  de una mañana fría y nublada y la clase de psicología clínica  avanzaba con normalidad en el salón 306 del tercer piso de la Universidad. Los estudiantes seguían atentamente las explicaciones de un profesor apasionado y muy comprometido con el tema; los bolígrafos se desplazaban por las hojas olorosas a tinta fresca de las agendas en donde los muchachos tomaban apuntes para compararlos luego con los capítulos de los libros incluidos  en la bibliografía recomendada por la facultad.

Los estudiantes de quinto semestre, la mayoría de ellos mujeres, se caracterizaban precisamente por su disciplina, aplicación y puntualidad. Por lo tanto,  los pupitres se encontraban ocupados… excepto uno. La estudiante que hacía falta se encontraba aún en el primer piso y, al parecer, no entraría a clases en esa oportunidad. Sus ojos miraban a uno y otro lado como si buscara con impaciencia algo o a alguien que no se dejaba encontrar. Sus compañeros se preocupaban por llegar temprano y el profesor también.

Comenzar a las siete en punto se volvió una rutina de aquellos seres humanos vivamente interesados en enseñar y aprender, pero por lo visto, como suele suceder en todo lugar, había una excepción a esta norma de estricto cumplimiento no solo por el mandato del reglamento sino por la cultura adquirida a través del tiempo en que habían permanecido juntos. La joven permanecía al lado de la vieja y muy inclinada escalera y de vez en cuando la miraba como si quisiera superar de un solo envión los noventa escalones que la separaban de su adorado salón de clases.

Y a todas éstas…¿por qué no emprendía la marcha de una vez por todas cumplía su cometido de esa particular mañana de su vida? ¿Por qué no daba sus pasos escalera arriba como lo habían hecho todos los demás? La razón no era difícil de explicar : la joven de la mirada inquieta era Yuravis Isabel, una valerosa sobreviviente del polio que, tras duras y complicadas batallas frente a la enfermedad, había cobrado importantes victorias y ahora se encontraba en su nuevo rol de universitaria, algo impensable en aquellos terribles días en que el mal le fue diagnosticado.

Aquellos terribles días

Rosalinda era una joven madre que junto a su esposo luchaba con empeño por salir adelante. Dios les había regalado cinco hermosas niñas a quienes dedicaban todo su cariño y en quienes invertían todos los años de su vigorosa juventud. Beda Margarita, María Luisa, Tanya, Linda Vanessa y Yuravis Isabel, la más chica de las princesas, eran el todo de sus vidas, la razón de la existencia, el presente y el futuro y la luz que iluminaba su amanecer, sus días, sus noches, sus inviernos y primaveras. Una de esas tardes en que el sol dejaba caer sobre la inmensa pampa sus rayos abrasadores y la niña Yuravis lloraba por el calor, Rosalinda decidió refrescarla con un buen baño bajo la sombra generosa del trupillo de su extenso patio.

Con una totuma mediana ibadejando caer el refrescante chorro sobre la cabecita de la niña, quien le agradecía con su tierna sonsira y su mirada ingenua. De repente la sonrisa desapareció y el cuerpecito quedó rígido en los brazos de la sorprendida madre. La niña ahora estaba inconsciente, su rostro estaba pálido como si toda la sangre lo hubiera abandonado; la fiebre era tan alta que el agua de la bañera había subido de temperatura. En una angustia indescriptible pidió ayuda profesional y los médicos le anticiparon el probable diagnóstico: Yuravis, la luz de sus ojos, la pequeña y traviesa nena de dos años y medio, probablemente había contraído polio, una enfermedad causada por un virus que afecta las motoneuronas de la médula espinal con una alta incidencia en la motricidad.

La rigidez del pequeño cuerpo preocupaba a la amorosa madre, al esforzado padre e, incluso a los diligentes médicos, quienes en poco tiempo confirmaron sus sospechas iníciales: el polio se había instalado en el cuerpo y en adelante sería muy dura la batalla para superarlo. Rosalinda estaba dispuesta a lo que sea por devolver la sonrisa a su hija y a toda la familia.

De manera que si era necesario luchar, ella lo haría hasta donde fuese necesario. Y de verdad tendría que sacar fuerzas de donde no las tenía, pues la niña no podía sostenerse en pie, nio sentarse, ni siquiera sostener una cuchara en sus delicadas manos.

Maracaibo: la ciudad de la esperanza

Maracaibo ha sido por muchas razones la ciudad de la esperanza y, especialmente los wayü, quienes no reconocen la arbitraria línea divisoria trazada por los dos países. Por eso fue el primer sitio a donde la familia acudió en busca de ayuda y la consiguió en una prestigiosa institución hospitalaria. Allí valoraron a la pequeña paciente y le aplicaron un tratamiento inicial.

La angustia de Rosalinda era muy grande pero en medio de todo sentí la tranquilidad de saber que su retoño estaba en manos de médicos altamente calificados, quienes dieron muestras de profesionalismo desde que se hicieron cargo del caso. Las cosas iban por buen camino pero una cosa era segura: Yuravis y su familia iban a estar en la clínica por largo tiempo. Y lo más angustioso de todo: los familiares no podrán quedarse en la noche porque así lo indica el reglamento de la institución.

Para Rosalinda, acostumbrada a no separarse nunca de su hija y, menos ahora, cuando más la necesita, es un duro golpe. Una noche debajo de la cama Rosalinda y su familia cumplieron durante varias noches la antipática norma. Pero llegó el día en que el instinto maternal pudo más que el respeto a los manuales y, llegada la noche, la amorosa progenitora esperó la hora de salida, hizo el simulacro de que abandonaba la habitación, pero permaneció en ella y, para evadir la acción de los celadores, se acostó debajo de la cama de Yuravis de donde salía esporádicamente para ver el rostro angelical de la niña dormida. Cuando escuchaba a alguien en el pasillo volvía a su “escondite secreto”

Pero el escondite no resultó ser tan secreto ni tan perfecta su artimaña pues en horas de la madrugada fue descubierta por una de las más rigurosas enfermeras quien la amonestó y la exhortó a no incurrir otra vez en semejante falta a los reglamentos.

Traslado a Barranquilla

La noticia de que en Barranquilla, la próspera capital del departamento del Atlántico y ciudad más importante del Caribe existían centros altamente especializados lleva a la familia a trasladarse hasta allá.

En efecto, se inicia un tratamiento prometedor consistente en el uso de modernos aparatos con los cuales se garantiza una terapia de recuperación más acelerada que la obtenida hasta el momento. Poco a poco recupera algún movimiento en las extremidades y ya eso se constituye en un avance grandioso. Yuravis entre tanto se muere de ganas de hacer lo de todos los niños de su edad: ir al parque, montar en bicicleta, correr en patines, nadar en la piscina…pero aún no ha llegado el tiempo y Rosalinda le pide tener paciencia. Y agrega, como si Dios le hubiese regalado el don de la profecía: “Vas a ser una gran mujer. Escúchame bien, vas a ser una gran mujer”.

Y , como para complementar los buenos augurios, su padre, reservado por nnaturaleza, encuentra las mejores palabras de su repertorio para decirle: “Nunca digas ‘No puedo’, esfuérzate, ten paciencia, yo sé que tú te vas a levantar de esa cama” El uso de los pesados elementos terapéuticos tiene un efecto adverso en la columna vertebral y de nuevo aparecen las sombras de preocupación en el rostro de la familia.

Una señora, cuyo hijo se encuentra siendo tratado por motivos similares le cuenta que en Bogotá hay un lugar en donde la niña podrá recibir la atención que necesita en esos momentos.

Y, con un lápiz pálido como la noche vecina, le escribe en un papel este nombre: Instituto de Rehabilitación Franklin Delano Roosvelt.

La ciudad grande fría y desconocida

Bogotá era una ciudad lejana y perdida en la bruma de lo desconocido. De ella solo se tenían referencias por los noticieros de televisión, por los libros de historia y por lo que algunos viajeros contaban a su regreso. Pero de ahí a conocerla algún día…ni pensarlo. Sin embargo, una cosa es lo que se piensa y otra muy diferente es la determinación del destino (con “d” minúscula) y el designio de Dios (con “D” mayúscula).

Una tarde lluviosa y fría, como todas las de la época, Rosalinda llega a la capital colombiana con la firme determinación de lograr la sanidad de los seres a quienes ama con todas sus fuerzas, su alma y corazón.

En el Instituto Roosvelt conocen al doctor Álvaro Silva, ortopedista especializado en columna, una verdadera eminencia en su área de conocimiento, quien amablemente las riñe por el tiempo que, según su examen inicial, se había perdido hasta entonces. Con voz pausada y firme les dijo: “¿Qué esperaban ustedes, un milagro? ¿Por qué no habían venido antes?

Quince cirugías distintas y un solo cuerpo para resistirlas La p pericia del doctor Silva fue conocida una y otra vez por el cuerpecito de Yuranis. En total fueron quince intervenciones las que le efectuó el galeno para recuperar la movilidad de su tronco y extremidades. “La operación más difícil duró 12 horas, entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde y fue la única en que estuvo presente mi papá; después del procedimiento estuve varios días en la Unidad de Cuidados Intensivos.

En cierto momento yo parecía una letra “C”, así de torcido estaba mi cuerpo, pero no para adelante o para atrás, sino hacia un costado. Cada intervención era una osadía de la ciencia, un sufrimiento para mí y un esfuerzo para mi mamá, que se trasladó a Maicao, a trabajar para ganar dinero y costear mi tratamiento. Ella vivía allá pero su mente y corazón estaban aquí.

Por primera vez en la vida nos habíamos separado. Ella vivía en su casa de Maicao y yo en mi casa de Bogotá, o sea en la clínica. Lo que sí recuerdo es que después de cada operación, cuando abría los ojos, lo primero que veía era el dulce rostro de mi madre”. La clínica fue su hogar La recuperación era lenta y después de cada escala en el quirófano se notaba la recuperación. Paulatinamente hubo progresos y la alegría de los profesionales era evidente. La Clínica era su refugio, su hospedaje, su recinto, su hábitat, su colegio y su casa.

De los 6 a los 10 años su vecindario estuvo compuesto por hombres y mujeres vestidos de riguroso color blanco y su aroma era el de los medicamentos y lo antisépticos. Algunas veces sus hermanas llegaron a visitarla y le enseñaron parte de lo que aprendían en el colegio como, por ejemplo, las vocales.

El contacto con las primeras letras le despertó la sed del conocimiento y la llevó a enamorarse de todo lo que fuera el saber. Pedía (mejor, exigía) a sus médicos y enfermeras que le dejaran tareas que ella realizaba cuidadosamente para mostrárselas al siguiente día a sus “maestros”. Uno de los días más felices de su vida A medida que se daban los progresos le permitían salir de la habitación y conocer otros espacios de “su casa”. Uno de los que más le gustó fue cuando la llevaron a Cnetro de Rehabilitación para enseñarla a caminar, pero antes de eso vivió un momento verdaderamente feliz y fue cuando pudo sentarse algunos minutos en la cama.

Ella lo describe así: “Fue una sensación muy especial pues por primera vez desde que tenía uso de razón vi cosas diferentes al techo. Mis ojos estaban acostumbrados a mirar solo en dirección al techo pues permanecía todo el tiempo acostada. El día en que me senté y me pusieron en pie fue muy especial. Fue un gran logro aunque todo lo que hice fue con el auxilio de varias personas, entre ellas, médicos y enfermeras” A partir de esos momentos singulares y tan positivos comienza a desplazarse en silla de ruedas y en muletas. La vida, definitivamente, comenzaba a sonreírle.

El regreso a Maicao

La clínica fue su hogar durante una buena parte de su infancia y quienes la rodeaban le manifestaron todo su amor, pero llegó el día de la despedida, pues la parte restante del tratamiento podría cumplirla por consulta externa.

Así las cosas fue dada de alta y se despidió de con una mezcla de sentimientos en que no faltó la tristeza por los buenos amigos que dejaba; la gratitud por todo lo que había recibido y la alegría por la oportunidad de regresar a la tierra de sus amores en donde el cactus milenario saluda al sol para darle gracias por el sol que ilumina su vitalidad. Y

a en casa hubo la oportunidad de pensar por primera vez en asistir a una institución educativa. En el Colegio Divino Niño fue sometida a una prueba académica y los profesores consideraron que estaba lista para cursar el segundo de primeria. Era un nuevo triunfo para ella pues las vocales y las sumas y restas aprendidas de su hermana, más las tareas presentadas a sus médicos y enfermeras le estaban permitiendo ir a un curso más avanzado de lo que esperaba. La primaria es como un río de aguas tranquilas por el cual navega con paso rápido y firme.

Concluida esa etapa en donde se demuestra a sí misma el maravilloso poder de la tenacidad bien aplicada, pasa a la secundaria. Por razones de vecindad a su casa cambia de colegio y pasa a las aulas acogedoras del Liceo Latinoamericano en donde es recibida como una princesa por sus profesores y compañeros. Y también por su inolvidable rector, Jairo Barrios Reales.

El triunfo ha llegado: hora de elegir profesión

Los días de amargura habían quedado atrás y Yuravis era una flamante bachiller y ahora debía emprender el camino de la universidad porque su sueño era alcanzar su título universitario.

Desde sus días en la clínica había concebido la idea de convertirse en médico por tres razones fundamentales: primero, porque deseaba trabajar en algo en que pudiera servirle a mucha gente, como a ella le habían servido tantos médicos en los penosos días de su enfermedad; segundo, porque ella había pasado buena parte de su existencia en clínicas y hospitales y sentía que ese era el medio en que mejor se desenvolvía; y, tercero, porque una de las personas a quienes más quería y admiraba, su hermana Beda Margarita, acababa de graduarse en esta profesión y deseaba seguir sus pasos.

Sin embargo, en una larga conversación con Beda, a la luz de la luna de la ranchería, su propia hermana la hizo reflexionar sobre sus proyectos: por razones prácticas era mejor que pensara en otra profesión en que también pudiera servirle a la gente. “Imagínate, querida hermanita, atendiendo un parto o una cirugía complicada con tus limitaciones”. A lo cual Yuravis respondió que estaba dispuesta a aprender y adaptarse aunque tuviera limitaciones.

El diálogo continuó y al final, entre las dos, decidieron que lo mejor era que estudiara sicología. “trabajaremos juntas, le dijo Beda. Ya verás como ayudaremos a muchas personas entre las dos. Además, a ti, para ser sicóloga, lo único que te falta es el cartón”

Los días de la universidad

La jovencita, montada en sus sueños y ayudada por las muletas, llega de nuevo a Bogotá, pero no a la institución en que vivió cuatro años, sino a la Universidad Santo Tomás, con el firme propósito de convertirse en una excelente sicóloga. “Bogotá es una ciudad grande y difícil para moverse y me toca enfrentarme sola a mi nueva realidad. La universidad Santo Tomás es una de las más antiguas de la ciudad No hay ascensores y las escaleras son muy inclinadas y sin barandas; los pisos son inadecuados. En ese tiempo no había ninguna facilidad para personas con limitaciones, como yo.

La biblioteca quedaba en un sexto piso y no había ascensor. Para yo ir a la biblioteca tenían que alzarme y, para colmo en mi curso éramos muchas mujeres y solo tres hombres. A esos tres hombres yo no los soltaba (risas) y eran los que tenían que subirme y bajarme cada vez que lo necesitara”.

Su capacidad de expresión, su sonrisa permanente y su propia condición permitía que siempre hubiera personas dispuestas a ayudarla. También recuerda con tristeza algunas personas que con toda sinceridad le decían “No quiero ayudarte”, o simplemente continuaban de largo su camino, como haciéndose los que no la oían y continuaban su camino.

Fue en esos días cuando, con tristeza, aprendió algo que tantas personas saben hoy: “Lo más terrible no es tener una discapacidad, sino sortear con la indiferencia de la gente y la falta de solidaridad. Hay personas que actúan como máquinas y se olvidan de quien, en el camino, necesitan de una ayuda”

Al terminar los estudios realizó su tesis basada en un trabajo de “El concepto de familia para una familia wayûu desde una mirada sistémica constructivista” la cual debió realizar sola porque ninguno de sus condiscípulos quiso acompañarla en las investigaciones de campo realizadas en rancherías de la península.

El 6 de agosto de 2.008, un día antes del cumpleaños de su adorada madre, recibió su título como sicóloga con lo cual alcanzó uno de los mayores logros y vio materializada las ilusiones de tantos años.

A trabajar por la comunidad y por los suyos

En diciembre de ese mismo año se vino a trabajar como capacitadora, a atender pacientes y a trabajar con el título de sicóloga. El trabajo no le era una actividad desconocida pues en vacaciones se venía a La Guajira y acompañaba a su mamá y la ayudaba como secretaria y asistente. Últimamente ha trabajado como sicóloga y capacitadora en las sedes de Uribia, Riohacha y Maicao.

En estas labores se siente plenamente realizada, pues siente que ayuda a personas de todas las razas quienes acuden en busca de apoyo a su consultorio de la IPS Asocabildos en Maicao o a donde quiera que la necesiten. Para complementar sus estudios ha cursado un diplomado en Sicología Clínica y considera que dispone las herramientas para ser una de las mejores psicólogas bilingües de Colombia, pues ofrece sus servicios en español y wayunaiky, la lengua de su pueblo.

Líneas finales

Son las 8 de la noche y todos los asistentes a la iglesia Cristianos, se disponen a regresar a sus hogares después del servicio de ese día.

Todos, menos Yuravis, quien, con el rostro inclinado y los ojos inundados de lágrimas, continúa en su acostumbrada oración de acción de gracias por el milagro recibido en su vida.

Por la pantalla de su mente han pasado uno a uno los momentos más críticos de su vida y también los más agradables. Sabe que tiene un compromiso vital con Dios, con su familia y la gente de su Guajira a quienes deberá retribuirles el milagro que el Creador se empeñó en perfeccionar a través de ella. En unos minutos tomará sus bastones y regresará a casa y descansará para tener un feliz comienzo de día en el que les seguirá diciendo a todos que se esfuercen y superen la adversidad como ella misma lo hizo.

En la mañana llena sus pulmones de aire puro y ve una mariposa de alas anaranjadas salpicadas de puntos negros que se instala en una flor rotundamente roja como la sangre que circula vigorosa por sus venas. El espectáculo es bello pro ella debe irse, sus pacientes esperan por una voz de aliento. La misma que le dio una enfermera de la clínica cuando le dijo: usted es una niña de siete años pero tiene una inteligencia enorme. Un día te levantarás de la cama y vas a tener una historia muy bonita”.

Son las siete y cincuenta de la mañana y llegó la hora de seguir en el papel protagónico de la mejor historia, la historia de su vida.

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