viernes, 7 de septiembre de 2007

La mujer: ángel con figura humana

Permítanme en primer término decirme que no estoy de acuerdo en exaltar a la mujer como un ser bello que adorna los jardines del universo. No señor, me parece que esa concepción reduce a la mujer a un simple papel ornamental y la cosifica reduciéndola a ser un objeto bello y nada más. Por eso hoy me declaro admirador de todas las mujeres y no solo por su belleza. Admiro a las que trabajan de sol a sol sin temor a la vida ni reparos al tiempo. A quienes siembran la semilla de la esperanza y cosechan el fruto de la vida. A quienes abren surcos de paz en el hemisferio de la pobreza o en el territorio de la abundancia. A quienes no se rinden ante la evidencia del infortunio ni sucumben frente a la fuerza de la adversidad. A quienes aman a sus hijos aunque la humanidad los crucifique; a quienes meten las manos en el fuego para salvar la honra de los suyos; a quienes creen en la inocencia de aquel sobre el que recaen todos los dedos acusadores de la injusticia y la impiedad.



Admiro a las mujeres que en su vientre han concebido el valor perenne de la vida para prolongar la especie y poblar el mundo de la imaginación y el universo de las verdades. A quienes con sus manos frágiles o fuertes, grandes o pequeñas, lozanas o arrugadas, moldean como el alfarero de la sociedad a las nuevas generaciones de hombres y mujeres para que puedan complacerse con sed de vida y su ambición de conquistar lo mejor de su existencia. Admiro a las que en su cotidiano accionar de trabajadoras sin receso transitan por nuestras calles ofreciendo los codiciados frutos del mar, o el pan recién salido del horno con aroma a tarde fresca o mañana tibia, o el dulce sabor de los enyucados y las “alegrías”.



Las admiro porque su trabajo es riqueza y se constituye en símbolo de un país en constante búsqueda de su identidad. Admiro a quienes en la paz del hogar se baten con el duro e interminable quehacer doméstico sin resignarse a arar en el desierto de la ingratitud y sin renunciar a la búsqueda de un amanecer matizado por los colores de la equidad; sin renegar de su tarea de joven hacendosa o matrona cumplidora de su deber. Admiro a las jóvenes de aquí y de allá que han sido impermeables a las propuestas de la indecencia y a la demoníaca seducción de las perversas tentaciones. Admiro a las mujeres que nos dan nuevos ánimos con su presencia; a las que nos llevan en el corazón; a las que nacieron cuando sembramos nuestra vida en otros cuerpos; a las que nos escuchan con atención; a las que nos dieron a beber de sus pechos maternales en la aurora de nuestra existencia; a las que nos consuelan cuando una lágrima acompaña nuestro dolor.



De rodas ellas, mujeres de verdad, con cuerpo y alma, sin retoques de publicistas ni maquillajes faranduleros; me declaro admirador.

FOBIAS: TODO SOBRE ESTE PADECIMIENTO HUMANO

La próxima vez que usted sienta susto cuando oiga los truenos en medio de un día lluvioso pregúntese si no está siendo víctima de la tonitrofobia: miedo a los truenos, a las tormentas. Son muchísimas las fobias que sufrimos los humanos, tal vez, incluso, sin darnos cuenta de ello. Pero ¿qué es una fobia?

El diccionario define esta palabra de origen griego como “aversión obsesiva a algo o alguien, temor irracional compulsivo". Pero investigando a fondo hallamos más claridad sobre el tema y econtramos que la fobia es un miedo intenso causante de ansiedad normalmente desproporcionada con las situaciones reales. Como hecho importante debe decirse que las víctimas de las fobias son conscientes de que su miedo es irracional.
Aclaremos sin embargo que el presente escrito no tiene como propósito hacer un análisis desde el punto de vista médico o sanitario, labor que les correspondería a los sicólogos y a los siquiatras entre otros ilustres especialistas de las ciencias terapéuticas. Ajenos al ejercicio de la medicina nos proponemos hacer nuestro estudio atendiendo aspectos sociales y lingüísticos y también compartir con el lector algunas curiosidades relativas a los diferentes tipos de temores y aversiones con las que diariamente nos batimos seis mil quinientos millones de inquilinos del planeta más hermoso del cosmos.
Comencemos con la más conocida y popular de todas: la hidrofobia. En realidad se trata de un caso especial porque hoy en dìa no se le considera una ansiedad sino una enfermedad por cierto bastante seria. El horror al agua es solo una de sus manifestaciones. Por eso el buen gusto no recomienda hacer chistes al prójimo dicièndole que sufre de hidrofobia porque sea poco adicto al refrescante y necesario baño nuestro de todos los días. Los afectados por este antihigiénico temor sufren realmente de ablutofobia: miedo a bañarse o lavarse.
A quienes estén en edad casadera les recomendamos evitar el matrimonio con alguien que sufra de este mal. Por razones obvias la relación puede ser poco duradera. Y si se trata de hacer recomendaciones sobre elección de marido o mujer aprovechemos para recomendar que se haga lo posible por eludir a los acluófobicos. No es por nada malo en realidad, pero estas personas le tienen miedo a la oscuridad y tal vez terminan adquiriendo la costumbre de dormir con las luces encendidas lo cual puede causar ciertas molestias en quienes deben compartir con ellos la habitación. De resto no tienen mayores problemas salvo su inclinación a evitar lugares poco iluminados, actitud nada criticable si se tiene en cuenta lo positivo que puede resultarle en materia de seguridad personal y familiar.
A los que sí deben descartar sin ninguna duda es a los ecófobos, pues ellos padecen de fobia al hogar y por nada del mundo se unan con una víctima de la coitofobia pues tendrían que renunciar a una buena parte de la dicha conyugal. La agrafobia está bien justificada en los días actuales, sobre todo cuando se sabe de la existencia de sujetos con las costumbres de ciertas estrellas del pop: se trata del miedo al abuso sexual. Los padres de familia deberían tener cierta dosis de este temor, no solo para protegerse ellos, sino para cuidar a sus pequeñas criaturas y evitarles malos trances en una época como la nuestra con tanta gente desaforada por todas partes.
Hay otra fobia de la cual sufren algunos parlamentarios de ciertas regiones del país cuando la respectiva cámara sesiona en pleno y se cuenta con la presencia de de la televisión; sus víctimas suelen ser especialmente quienes representan las más apartadas regiones. Dicha aversón es la alodoxafobia. Consiste en el miedo a emitir opiniones. Pueden sufrirla también los estudiantes tímidos de cualquier grado o institución y en general toda persona forzada a emitir su juicio sobre algún tema. Obviamente no es la fobia típica de la mayoría de las personas a quienes su trabajo las lleva a desempeñarse en la vida pública. Pero refiriéndonos a otros temas permítame hacerle una pregunta: ¿Ha oído usted hablar por casualidad de los filántropos? No, tranquilo, éstos buenos seres no sufren fobias, al contrario, son aquellas personas, al estilo de la madre Teresa de Calcuta , caracterizadas por el amor a sus semejantes y sus obras en bien de la comunidad.
Caso contrario es el del misántropo, Persona que, por su humor tétrico, manifiesta aversión al trato humano. Alguien muy parecido a éste es el andrófobo: alguien afectado por la aversión al hombre y, por extensión, al género humano. Si usted acaba de recordar a su mejor amigo debería dejar de ser tan mal pensado. Y si no puede, debería cambiar de amigo. Siguiendo con la androfobia. Pero hay un término aún más exacto para hacer alusión a ese trágico suceso: anglofobia. Consiste en el miedo, temor o repulsión a Inglaterra, los ingleses o a cualquier cosa inglesa, incluídas las costumbres, la religión y la lengua de esa importante nación.
Dios perdone a quienes expresan sus fobias de manera tan dolorosa para la humanidad hasta el punto de convertirse en verdaderos antropófobos, que es como se designa a quienes le tienen miedo, temor u odio a los humanos.Pero dejemos hasta aquí los odios y las desgracias y exploremos la relación de los seres humanos con los animales. Bueno, relación es un decir, cuando lo que en realidad estamos estudiando son los rechazos.
Antes que nada déjeme hacerle una pregunta: ¿usted es de quienes creen que el perro es el mejor amigo del hombre? Le pregunto por que no todos están de acuerdo en este asunto. Una vez apareció en la pared de alguna universidad un grafitti con esta leyenda: "El mejor amigo del hombre es ...otro perro". Si usted es de quienes cultivan la amistad con los canes, muy bien, eso no tiene nada de malo. Pero si es de quienes los odian, mucho cuidado, porque podrìa estar sufriendo de cinofobia miedo a los canes. Y estaría bien esta fobia en relación con las especies más peligrosas pero no se justifica en la mayoría de los casos.
No sé si tiene nombre el odio que las especies más agresivas sienten por el género humano, pero en cambio sí tenemos el nombre de la fobia que los perros y algunas personas sienten por los gatos: ailurofobia. El miedo a las arañas se conoce como aracnofobia y la repugnancia a los sapos lleva por nombre batraciofobia, aunque el presente estudio no puede determinar si tal nombre se puede aplicar a quienes rechazan a los sapos de la fauna humana. El miedo a las abejas se denomina apifobia y hacen bien quienes tienen este temor pues se considera que estas zumbadoras han sido clasificadas por el famoso canal Animal Planet como los animales cuya picadura es más letal para las personas después de la de los mosquitos hembra y las serpientes.
A propósito, la fobia a las serpientes es la ofidiofobia y el temor a los insectos, entomofobia. No faltan los que viven ansiosos por miedo a la ruina o a quedar arruinado: a quien así se comporta debe diagnosticársele atefobia, temor a la ruina. Y si su temor es a las armas tendremos para él una felicitación por su sentido común (¿cómo no tenerle temor a las armas?) y un nombre para su aversión: balistofobia, miedo a las armas y municiones.
Del sentido común es también la cancerofobia o carcinofobia: miedo al cáncer, enfermedad contra la cual la ciencia médica debe ganar aún las más importantes batallas. La claustrofobia y la xenofobia son dos de los temores más conocidos. En el primer caso se trata del miedo a los lugares cerrados y en el segundo, rechazo a los extranjeros. El claustrófobo debe abstenerse de acudir a habitaciones pequeñas, oscuras y cerradas, túneles, pasillos o estancias sin ventanas y, claro está, deberá evitar penas privativas de la libertad aclarando que esta última recomendación vale para todos los mortales aunque estén en su sano juicio, libre de todas las fobias.
Quien sufra de xenofobia deberá hacer lo posible por curarse, pues la globalización, presente hoy en todos los lugares y a todas las horas, nos impone la necesidad de convivir y de interactuar con nacionales de distintos países, colaborarles, acompañarlos, ayudarlos y, recíprocamente, recibir colaboración, acompañamiento y ayuda de ellos. La xenofobia se volvió,entonces, no solo perjudicial e innecesaria, sino, además, completamente anacrónica. No es seguro que exista alguien con este mal pero, por si acaso, mencionamos la cibofobia, temor a los alimentos y la crometofobia, miedo al dinero (todavía no me he encontrado al primer enfermito de este mal) o a tocar el dinero, padecimiento poco recomendable para empleados de instituciones del sistema financiero. No sé si ellos han tenido lago que ver con el volumen cada vez mayor de transacciones en las cuales no es necesaria la presencia del papel moneda y con el cada vez más frecuente uso del denominado dinero plástico.
Son tantas las fobias que no es sufisciente el espacio de esta columna para detallarlas todas. Y siendo tantas aún hay algunas para las cuales no se ha acuñado el vocablo exacto.
Una amiga a quien le di a leer el borrador de este texto me dijo: "te falta la más importante fobia". ¿Cuál le pregunté? "La fobia a ese maldito deporte, el fútbol, que tenemos las mujeres que por su culpa nos quedamos viudas cuando pasan los partido por la televisión; debes incluir la futbolfobia, me dijo" La verdad mis investigaciones para encontrar la palabreja sugerida por mi amiga han sido totalmente infructuosas. A lo sumo he encontrado futbolmanía, comportamiento que no alcanza a ser considerado como un temor sino una adicción y vendría a ser lo contrario de lo que sufren las señoras. Aceptemos entonces, mientras encontramos una palabra màs adecuada, futbolfobia para designar la rabia, el rechazo, el terror al fútbol. En el futuro podrá determinarse si es más peligrosa la futbolmanía o la futbolfobia.
No creo que sea fácil descubrir la cura para ninguna de las dos y cuando se encuentre, ojalá no sea una droga que deba aplicarse a través de una inyección hipodérmica porque está comprobado que los futbolmaníacos, entre ellos quien esto escribe, suelen sufrir además de belenofobia, es decir, miedo a las agujas. Bien, creo que a estas alturas es mejor terminar para no correr el riesgo de causar aburrimiento a los amables lectores al punto de que alguien vaya a tomarle fobia a las fobia. En este caso tendremos que diagnosticarlo como víctima de la fobofobia, o sea, fobia a las fobias.