Por: Alejandro Rutto Martínez
El camino hacia adelante
El sol comienza a declinar en el horizonte y se funde en un lienzo adornado por los mil colores del atardecer guajiro. Hoy, como todos los días Miller avanza con seguridad hacia la Universidad de La Guajira. Hace veinte minutos ha salido de casa pero el tráfico está muy lento y aún le falta un buen tramo de su diario recorrido y, aún cuando ha puesto el acelerador a fondo, tardará por lo menos otros 15 minutos en llegar…las cinco de la tarde es una hora pico y la velocidad no rinde para nada. Por un momento recuerda el testimonio de uno de sus profesores quien en la clase de principios de semestre quien le contó que toda su carrera la estudió viajando en bus a Riohacha dos horas diarias, una de ida y una de venida.
El maestro contaba cómo aprovechaba los últimos rayos de la luz solar del día para deleitarse en la lectura de sus libros preferidos. “De esta manera he conseguido sacarle provecho a tantos viajes y siento que no pierdo mi tiempo”, les comentaba su profesor quien les contaba de un mensajero que llegó a graduarse de abogado y alcanzó a ocupar altos cargos en el Gobierno.
Miller piensa que si él pudiera le sacaría más provecho a este tiempo que gasta todos los días entre su casa y la Universidad de La Guajira. Si pudiera…piensa, pero sus dos manos, las que necesita para sostener el libro ante sus ojos, están ocupadas en imprimirle fuerza y energía a impulsar su silla de ruedas, que es el “vehículo” en que se moviliza desde 1.998 cuando fue objeto de un brutal atentado por parte de una banda delincuentes que asaltó el vehículo en que se desplazaba.
Los inicios
Miller tuvo una infancia tranquila y feliz rodeado de una familia en la que siempre estuvieron cercanos los tíos, primos, abuelos y muchos, pero muchos amigos. . Sus padres, entusiasmados con la idea de que a la familia nunca le faltara nada le brindaron todo para que fuera un niño lleno de amor y confianza en sí mismo. En el colegio siempre se destacó por su facilidad para relacionarse con los demás y por su inclinación a los libros.
El tiempo transcurrió muy rápido, como suele ocurrir hoy en día y muy pronto superó varias etapas: preescolar, primaria, secundaria… Con paciencia esperó el día de su grado y cuando este llegó, les entregó el diploma a sus padres como un merecido trofeo por todos los esfuerzos invertidos en él. El niño se convirtió en un gozoso jovencito y este en un formal adolescente, en disposición de dar los pasos necesarios para alcanzar los sueños suyos y los de su familia.
Tiempo del servicio militar
Como todo bachiller colombiano, Miller se presentó al proceso para cumplir con el servicio militar que todo ciudadano mayor de edad debe prestar a su país. Sus padres pedían al Creador para que su hijo no fuera incorporado pero él en cambio ya se había hecho a la idea de ser estar un año en las filas del ejército y en sus sueños se veía con el uniforme camuflado patrullando montañas, selvas y desiertos. Sus papás le llevaban la corriente pero en secreto deseaban que los exámenes médicos o el azar lo exonerara de esa aventura en la que no deseaban verlo.
Miller, cuya rozagante salud le permitió pasar sin el más mínimo apuro los exámenes médicos se enfrentaba ahora a las balotas, no para definir si se enrolaba o no (eso ya estaba determinado, sino para establecer si no para establecer si vestiría el uniforme del Ejército o el de la policía. Su sueño, el de ir al ejército, estaba ahora en manos de una desconocida coqueta y esquiva: la suerte.
Cuando le correspondió el turno metió la mano a la bolsa con nerviosismo y angustia. Mano le temblaba y su frente se inundó de sudor. Cerró los ojos, movió las manos en las profundidades del talego y tomó una de las pequeñas esferas de plástico. Al abrir sus ojos sintió un frío intenso pues…decía “Policía Nacional”. En un arranque de intrepidez y, aprovechando un descuido del oficial que vigilaba el sorteo, devolvió la balota y se hizo el que aún no la había sacado.
Su conducta le valió un terrible regaño y la orden de volver a meter la mano. Esta vez lo hizo con miedo, casi terror, tomó la bolita con decisión y la sacó lo más rápido de que pudo. Las pequeñas letras, escritas a máquina decían “Policía Nacional”.
Su suerte parecía estar echada pero siguió insistiendo e, incluso, consiguió un amigo que estaba dispuesto a hacer un cambio: él iría a la Policía y Miller al Ejército, pero esa posibilidad fue rechazada por las autoridades militares. Unos días después vestía el uniforme verde de la institución policial, en donde hizo amigos, cumplió con disciplina y hasta obtuvo un ascenso cuando fue nombrado “brigadier”.
Estas experiencias, la recuerda como una de las mejores de su vida y guarda momentos gratos al lado de amigos y superiores de quienes nunca podrá olvidarse.
El viaje que nunca debió hacer
Luego de terminar el servicio militar descansó por un tiempo y empezó a reflexionar sobre su futuro. Lo esperaba la universidad, seguramente en Barranquilla o en otra ciudad colombiana a donde sus padres estaban dispuestos a enviarlo.
En esas estaba cuando su primo Cichi Fernández, quien conducía un pequeño camión de carga, le pidió que lo acompañara a hacer un viaje a Riohacha. La posibilidad de conocer, de pasear y de estrechar los lazos con Chichi y su amigo Dúber Rodríguez lo llevó a aceptar sin pensarlo dos veces. “Un vaje a Fonseca no lo desprecia ningún maicaero”, le dijo a sus acompañantes cuando abordó el vehículo en el que se desplazarían a la tierra de San Agustín.
La tragedia en el camino
Despuntaba la aurora y las tiernas luces del nuevo día apenas si despuntaban en el horizonte y dejaban caer sus débiles rayos de luz sobre la piedra y el polvo del camino hacia Carraipía el pueblecito de ensueño por donde pasarían en un rato en una escala del viaje hacia el centro de La Guajira. El camino estaba poco transitado y llevaban buen tiempo. Llegarían a tiempo a su destino, entregarían la carga y, seguramente, en horas de la tarde podrían regresar de nuevo a casa. Esos. Al menos eran sus planes de ese día. Pero a veces los planes son unos y la realidad es otra.
Cuando había recorrido unos 25 kilómetros apareció de repente la figura funesta del salteador de camino tan temido por esos días en las carreteras de La Guajira. El maleante les ordenó detenerse y, cuando lo hicieron se aproximó gritando amenazas que los ocupantes del vehículo no podían oír, pues llevaban el pasa cintas a todo volumen. En un acto casi automático Miller dirigió su mano a la consola del carro para apagar el equipo de sonido y eso fue fatal porque…el asaltante interpretó que iba a buscar un arma y reaccionó disparando su pistola.
El proyectil penetró por el cuello del conductor salió nuevamente, penetró por la axila de Miller y se le alojó en la columna. El hombre de la pistola le ordenó bajarse del vehículo y como su víctima se negara ante la física imposibilidad de hacerlo, le apuntó con el arma a la cabeza, le lanzó una mirada mortal, oprimió lentamente el gatillo y, se escuchó el estruendo peculiar de un instrumento de muerte cuando vomita el fuego asesino que daña vida y destruye ilusiones. Los ojos aterrorizados de todos los presentes daban una señal clara de lo que estaba pasando.
Sin embargo, en un último y crucial momento David••• el conductor, logra tomar con firmeza la mano del endemoniado malhechor, de manera que la bala sale disparada hacia el cielo sin causar daño. Después de este momento de horror todos volvieron a la realidad y comprendieron que Miller estaba gravemente herido y moriría irremediablemente si no se actuaba rápido.
Una carrera contra el tiempo
Como pudieron lo llevaron al hospital de La Mina en donde lo estabilizaron y remitieron a Valledupar. Más tarde sería atendido en el Hospital Universitario de Barranquilla en donde un joven médico le dijo que, por lo menos a causa de este percance no se iba.
Y añadió, con la frialdad propia de quien convive con la muerte y el dolor: “Eso sí le digo joven: usted no podrá volver a caminar nunca más. No hay nada que se pueda hacer por su movilidad. Asimilar la nueva situación La información recibida le causó un gran dolor y dos gruesas lágrimas asomaron por sus ojos.
Un fuerte nudo en la garganta casi le impedía respirar y una opresión en el pecho amenazaba con suprimir de una vez por toda una existencia que, según creía en esa hora oscura, ya no valía la pena vivir. Con el paso de los minutos recobró la serenidad. Las palabras de Lorenzo Manuel y maría Evarista, sus padres; la voz de aliento de John Alberto, su hermano; el apoyo de Ulises, su primo y el ánimo de Edwin, su vecino y hermano de crianza, lo ayudaron a ver las posibilidades que aún tenía por delante.
Cerró los ojos, se encomendó a Dios y tomó la irrevocable decisión de vivir intensamente los años de vida que su creador tuviera a bien concederle.
Comienza la rehabilitación
De la cama del Hospital Universitario pasó a los centros de terapia del Centro de Atención y Rehabilitación Integral (Cari) de Barranquilla en donde aprendió las tareas básicas de su nueva vida: sentarse en su silla de ruedas, conducirla, ir al baño, dar algunos pasos, montarse en un taxi…en fin, a defenderse en la vida.
De regreso a casa ya se movía bien. Sus familiares, amigos y vecinos parecían haberse puesto de acuerdo en no preguntarle sobre el pasado y, entre todos, lo animaban a afrontar los retos de su educación y superación personal. “La vida es una oportunidad constante y Dios nos acompaña cada vez que demos un paso en la vida si ese paso nos conduce a él”, le dijo un buen sacerdote con quien habló por esos días. Entregado de lleno a los estudios Miller entendió que Dios le había entregado una nueva oportunidad y resolvió aprovecharla de la mejor manera, dándole vida a sus horas y a sus días.
Pero vida de verdad. Se inscribió en varios cursos en el SENA con los cuales se convirtió un verdadero experto en temas gerenciales y de comercio internacional. Todas las mañanas y, algunas veces en la tarde, la familia lo ayudaba a subir en un taxi que lo llevaría a su segundo hogar.
A la hora de la salida los compañeros lo ayudaban a montarse en el taxi en el cual regresaba a casa en donde la familia lo esperaba con el plato de su predilección y muchas, muchas muestras de cariño.
Un nuevo e importante cambio
A mediados del 2.001 la vida y Dios le regalarían la amistad de dos personas que lo ayudarían a tener un cambio drástico en su forma de vida. Se trataba de Emerson Calle Tarazona y Mauricio Morena, limitados físicos como él, y miembros de la organización “Paralíticos de Santander”. Un día en que lo vieron bajarse del taxi, Mauricio le dijo: “No, no, no hermano. Usted no puede seguir viajando en carro ajeno si tiene el propio. La silla es nuestro vehículo y hay que aprender a ir sobre ella a todas partes. Desde hoy mismo suspenda el contrato con el señor que lo transporta”
Así lo hizo y desde entonces aprendió a depender de sí mismo. “Solo pido ayuda o me desplazo en taxi en contadas ocasiones” manifiesta al recordar con gratitud a quienes lo enseñaron a tener la fortaleza indispensable para hacerse cargo de él mismo.
La anécdota de un viaje bien particular
El aprendizaje a moverse solo lo tomó muy en serio y un día se atrevió a viajar acompañado solo de varios amigos de la misma condición física: Mauricio Moreno, Emeison Calle y Leonardo Cuéllar. Viajaban hacia Riohacha en un vehículo especialmente diseñado para que Leonardo pudiera conducirlo con sus manos. Todo era normal hasta cuando se encontraron con un retén de la Policía Nacional.
Los agentes del orden les hicieron señas para detener el vehículo y, cuando parquearon en la orilla uno de los uniformados se acercó y, con gentileza, les pidió que se bajaran para cumplir con el procedimiento de identificación y registro. Los cuatro se miraron entre sí y sonrieron al agente: "Aquí los que vamos somos paras, así que déjenos seguir" . El policía puso cara de extrañeza y antes de que dijera algo, Leonardo le dijo "Paras, señor agente, paralíticos" y le mostró las sillas de rueda. El agente se quitó la gorra y, sin cerrar la boca, abierta en extremo debido a la sorpresa, les ordenó que continuaran la marcha.
Dos carreras universitarias
¿Quién dijo que alguien de su condición debía conformarse con ver el paso de las estrellas en el firmamento infinito y el vuelo de las golondrinas en su incesante vuelo hacia mejores climas? Miller, después de realizar sus cursos en el SENA, ingresó al primer semestre de Administración de Empresas en la Universidad de la Guajira en donde cursó cuatro semestres.
Se destacó por su interés, sus buenas notas y una férrea disciplina que lo llevó a destacarse incluso en aquellas asignaturas que no eran las de su predilección. Terminado el cuarto semestre se le presentó la oportunidad de establecerse en Venezuela con la posibilidad de estudiar y hacerse un tratamiento que podría finalizar con una intervención quirúrgica en Cuba, la cual le devolvería sus posibilidades de caminar como antes.
No obstante, los médicos en un examen serio de su situación le hablaron con franqueza: volver a caminar no sería posible nunca más. Y le recomendaron seguir su adaptación y hacerlo con entusiasmo. El tiempo en Venezuela fue bien aprovechado pues se inscribió en la Universidad en donde, al cabo de cuatro años, terminó sus estudios como Licenciado en Educación Integral (el equivalente en Colombia de la licenciatura en Básica primaria).
Posteriormente regresó a su querida patria colombiana en donde retomó los estudios temporalmente suspendidos y, con la misma pasión y disciplina de siempre, ha llegado a la meta de cursar sus once semestres, con lo cual en breve podrá consignar un nuevo título académico en su currículo.
Un liderazgo provechoso
Miller tiene tiempo para todo pero está dedicado en cuerpo y alma a terminar sus estudios universitarios.
El poco tiempo libre que tiene lo consigna en el banco de la solidaridad maicaera. Junto con un puñado de amigos creó la Fundación “Pisando fuerte”, dedicada al estímulo y la motivación de los discapacitados del municipio y posteriormente fue elegido presidente del Comité Operativo Interinstitucional de Discapacidad, ente dedicado a analizar y resolver los problemas de la población discapacitada.
Su apego a la gente y su compromiso con sus “hermanos de circunstancias” lo mantiene activo a toda hora. Por igual se le encuentra presidiendo una reunión o gestionando un carné del Sisbén o visitando a alguien que necesita al menos una palabra de apoyo.
El trabajo por los demás parece ser un credo que recita con cierta frecuencia: “Desde aquel 29 de abril de 1.998 en que fui herido, la vida no me pertenece; le pertenece a Dios que me dio una nueva oportunidad y debo aprovecharla sirviéndole a mi prójimo”
Un mensaje de esperanza
En la sabiduría que le han dado los tiempos, la adversidad y sus correrías por consultorios médicos y por las casas de personas cuyo padrenuestro es la angustia, Miller ha aprendido a vivir con alegría y a ver la obra de Dios en cada hoja que viaja desde la rama del árbol hasta el suelo generoso cuya epidermis la envolverá por siempre para convertirla en el polvo milenario de la creación.
Sus palabras son las de un hombre profundamente convencido de la necesidad de beberse cada día gota a gota y saborearlo sin afanes: “Si hemos de vivir aunque sea un día, que sea con entusiasmo. El sol sale para todos y las estrellas siempre están sobre nuestras cabezas dándonos el mensaje de un Dios vivo. Yo amo la vida, amo a mi familia y amo lo que hago. Nada ni nadie me derrumbará. Nada ni nadie impedirá que ayude a mis hermanos y hermanas de sueños. Vamos juntos, que el futuro plácido nos espera y Dios nos bendecirá”
Líneas finales
Son las nueve de la noche y Miller regresa a casa en su “vehículo” luego de cumplir la jornada de clases. Sus manos ocupadas no le permiten leer un libro ni la oscuridad de la noche se presta para ello. Pero su mente despejada y su corazón noble están elaborando el primer borrador de la historia que escribirá al día siguiente cuando visite a Claudia, una joven que ha pedido verlo, porque necesita la voz de aliento de alguien que se encuentra lejos del odio, lejos de la tristeza y cerca de Dios.
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