LA CIUDAD DE LAS DOS CIUDADES
¿Qué tienen en común Santa Marta y Río de Janeiro? ¿Riohacha y Nueva York? ¿Cartagena y Sao Paulo? ¿París y Maicao? Aunque las diferencias son notorias entre los centros urbanos mencionados, todos tienen algo que las hace semejantes: en cada uno de ellos existe no una, sino dos ciudades. Por un lado está la ciudad de las personas que tienen un empleo decente o son propietarios de sus propias empresas y por el otro las personas cuyo trabajo diario es salir a buscar trabajo; por una parte tenemos los barrios en donde están resueltas las necesidades prioritarias y por otra las zonas deprimidas en donde cada ciudadano debe hacerle frente a las más aterradoras manifestaciones de la pobreza extrema. En un extremo se ubican los barrios en donde los servicios públicos se ofrecen sin dificultades aunque a altos costos y por el otro están aquellos vivideros en donde sus habitantes sufren despiadados racionamientos en el suministro de agua potable (“agua potable” es la forma decente de llamar a cierto líquido turbio que llega por las tuberías o a través de los carro tanques) y energía eléctrica. En un lugar están aquellos barrios caracterizados por el orden, la limpieza y el silencio acogedor y en otro aquellos en donde la informalidad, el desaseo y el ruido hacen parte del paisaje cotidiano.
Así son las cosas en las ciudades latinoamericanas y también en algunas de las principales urbes del mundo. La pobreza últimamente no está respetando fronteras, ni banderas y se infiltra, sin que nadie la note al principio, aún en las naciones consideradas como de “mejor familia”. Aún están frescas las violentas manifestaciones de París en las que participaron jóvenes, principalmente. Según el Instituto de Estadísticas e Impuestos más de tres millones 600 mil personas (el 6.1% de la población) tienen un nivel de vida inferior al umbral de pobreza. ¡Y estamos hablando de uno de los países más civilizados del mundo!
La situación de Francia, empero, no es un caso aislado en el Viejo Continente. Hace algún tiempo funcionarios de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) en Europa la pobreza, estimada sobre la base de ingresos inferiores a los 2 dólares por día, afecta al 21 por ciento de la población, mientras el 5 por ciento sufre a causa de la inseguridad alimentaria.
En Río de Janeiro existe la ciudad que aparece en los boletines promocionales utilizados por las agencias de viajes con playas paradisíacas, carnavales fantásticos, estadios míticos y placeres en abundancia. Desafortunadamente existe también la ciudad de las “favelas” en donde la pobreza flagela por igual a niños y adultos. El asunto es de gravedad que a las autoridades se les ha ocurrido la idea de levantar un muro alrededor de los barrios más pobres de la ciudad. El muro de tres metros, según dijeron quienes lo proponen, ayudaría a las fuerzas de seguridad a controlar las favelas de Rocinha, Vidigal y el Parque da Cidade, zonas en donde han tenido lugar estallidos de violencia entre pandillas de narcotraficantes. ¡Definitivamente Río no tiene solo la cara amable de las garotas y el “jogo bonito” de su selección!
La situación se repite una y otra vez en las distintas ciudades: la pobreza y la riqueza coexisten como dos hermanos gemelos en todos los lugares y los países se acostumbraron a avanzar y continuar su camino hacia el pleno desarrollo sin resolver los problemas de los menesterosos.
Colombia no es la excepción en este tema. En nuestras ciudades tenemos también la Cartagena de los folletos promociónales en donde aparecen las hermosísimas playas de Bocagrande, la zona histórica del centro y la completa infraestructura hotelera; y la Cartagena de los barrios en donde la pobreza es una triste realidad con sus manifestaciones de carencias, desempleo, hambre y miseria. Yo lo mismo podríamos decir de Santa Marta, Barranquilla, Riohacha, Bogotá…
Pero, ¿cómo corregir esta situación? Obviamente no se trata de revivir el anacrónico discurso del antagonismo de clases. No se trata de nivelar a todo el mundo por lo bajo, sino de generar oportunidades para que todos los ciudadanos tengan acceso a una forma digna de resolver sus necesidades básicas insatisfechas. La pobreza no se resuelve despojando a quienes tienen sus propiedades para dárselas a los más necesitados; tampoco con el enfoque maltusiano de darle las gracias a las guerras y a los desastres naturales porque reduce el número de personas cuyas necesidades deben ser atendidas.
La pobreza debe resolverse mediante programas serios puestos en ejecución por gobiernos honestos para evitar que por la vía de la corrupción se esfumen los recursos destinados a garantizar la máxima cobertura posible en educación y salud. Pero, definitivamente, la pobreza hay que reducirla dándole a la gente instrumentos para mejorar sus condicione y el mejor instrumento es un medio digno y honesto para obtener ingresos suficientes. Cuando una familia tiene ingresos suficientes se dedica a vivir y a disfrutar de sus bienes aunque sean escasos. Y generalmente no se dedican al robo o a la prostitución. Y tampoco interrumpen el descanso de los turistas en las playas para venderle un refresco o unas gafas. Cuando no se tiene dinero, siempre se piensa en él.Cuando el dinero se tiene, sólo se piensa en él.
¿Qué tienen en común Santa Marta y Río de Janeiro? ¿Riohacha y Nueva York? ¿Cartagena y Sao Paulo? ¿París y Maicao? Aunque las diferencias son notorias entre los centros urbanos mencionados, todos tienen algo que las hace semejantes: en cada uno de ellos existe no una, sino dos ciudades. Por un lado está la ciudad de las personas que tienen un empleo decente o son propietarios de sus propias empresas y por el otro las personas cuyo trabajo diario es salir a buscar trabajo; por una parte tenemos los barrios en donde están resueltas las necesidades prioritarias y por otra las zonas deprimidas en donde cada ciudadano debe hacerle frente a las más aterradoras manifestaciones de la pobreza extrema. En un extremo se ubican los barrios en donde los servicios públicos se ofrecen sin dificultades aunque a altos costos y por el otro están aquellos vivideros en donde sus habitantes sufren despiadados racionamientos en el suministro de agua potable (“agua potable” es la forma decente de llamar a cierto líquido turbio que llega por las tuberías o a través de los carro tanques) y energía eléctrica. En un lugar están aquellos barrios caracterizados por el orden, la limpieza y el silencio acogedor y en otro aquellos en donde la informalidad, el desaseo y el ruido hacen parte del paisaje cotidiano.
Así son las cosas en las ciudades latinoamericanas y también en algunas de las principales urbes del mundo. La pobreza últimamente no está respetando fronteras, ni banderas y se infiltra, sin que nadie la note al principio, aún en las naciones consideradas como de “mejor familia”. Aún están frescas las violentas manifestaciones de París en las que participaron jóvenes, principalmente. Según el Instituto de Estadísticas e Impuestos más de tres millones 600 mil personas (el 6.1% de la población) tienen un nivel de vida inferior al umbral de pobreza. ¡Y estamos hablando de uno de los países más civilizados del mundo!
La situación de Francia, empero, no es un caso aislado en el Viejo Continente. Hace algún tiempo funcionarios de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) en Europa la pobreza, estimada sobre la base de ingresos inferiores a los 2 dólares por día, afecta al 21 por ciento de la población, mientras el 5 por ciento sufre a causa de la inseguridad alimentaria.
En Río de Janeiro existe la ciudad que aparece en los boletines promocionales utilizados por las agencias de viajes con playas paradisíacas, carnavales fantásticos, estadios míticos y placeres en abundancia. Desafortunadamente existe también la ciudad de las “favelas” en donde la pobreza flagela por igual a niños y adultos. El asunto es de gravedad que a las autoridades se les ha ocurrido la idea de levantar un muro alrededor de los barrios más pobres de la ciudad. El muro de tres metros, según dijeron quienes lo proponen, ayudaría a las fuerzas de seguridad a controlar las favelas de Rocinha, Vidigal y el Parque da Cidade, zonas en donde han tenido lugar estallidos de violencia entre pandillas de narcotraficantes. ¡Definitivamente Río no tiene solo la cara amable de las garotas y el “jogo bonito” de su selección!
La situación se repite una y otra vez en las distintas ciudades: la pobreza y la riqueza coexisten como dos hermanos gemelos en todos los lugares y los países se acostumbraron a avanzar y continuar su camino hacia el pleno desarrollo sin resolver los problemas de los menesterosos.
Colombia no es la excepción en este tema. En nuestras ciudades tenemos también la Cartagena de los folletos promociónales en donde aparecen las hermosísimas playas de Bocagrande, la zona histórica del centro y la completa infraestructura hotelera; y la Cartagena de los barrios en donde la pobreza es una triste realidad con sus manifestaciones de carencias, desempleo, hambre y miseria. Yo lo mismo podríamos decir de Santa Marta, Barranquilla, Riohacha, Bogotá…
Pero, ¿cómo corregir esta situación? Obviamente no se trata de revivir el anacrónico discurso del antagonismo de clases. No se trata de nivelar a todo el mundo por lo bajo, sino de generar oportunidades para que todos los ciudadanos tengan acceso a una forma digna de resolver sus necesidades básicas insatisfechas. La pobreza no se resuelve despojando a quienes tienen sus propiedades para dárselas a los más necesitados; tampoco con el enfoque maltusiano de darle las gracias a las guerras y a los desastres naturales porque reduce el número de personas cuyas necesidades deben ser atendidas.
La pobreza debe resolverse mediante programas serios puestos en ejecución por gobiernos honestos para evitar que por la vía de la corrupción se esfumen los recursos destinados a garantizar la máxima cobertura posible en educación y salud. Pero, definitivamente, la pobreza hay que reducirla dándole a la gente instrumentos para mejorar sus condicione y el mejor instrumento es un medio digno y honesto para obtener ingresos suficientes. Cuando una familia tiene ingresos suficientes se dedica a vivir y a disfrutar de sus bienes aunque sean escasos. Y generalmente no se dedican al robo o a la prostitución. Y tampoco interrumpen el descanso de los turistas en las playas para venderle un refresco o unas gafas. Cuando no se tiene dinero, siempre se piensa en él.Cuando el dinero se tiene, sólo se piensa en él.
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